lunes, 28 de junio de 2010

Vertical


 Cuando vio por la tele a un hombre hambriento agonizar, se sintió realmente afligida. Y tanto lo estuvo que la última escena la vio abrazando entre lágrimas un almohadón rosa. Luego resolvió salir al patio a alimentar a su joven Shar-Pei, cuando la frenó en aquel viaje el apacible sonido que soplaba un teléfono naranja. La llamó su vecina, que como todas las tardes la estaba espiando desde su casa marrón, y se llamaba María Julia Gutiérrez y tenía el pelo negro y como ella, quince años; y mientras ésta camuflaba su voz con una bufanda gris le advirtió: "No llores María Pía, es un soldado de mentira", y cortó la muy envidiosa con una rabia candente. Dijo cuanto pudo.

Si bien Pía sospechó que la llamada era de alguno de los numerosos Gutierrez, Julia fue buena impostora y sumergió a su vecina en una incertidumbre tal que no le permitiera levantar el índice y apuntar a su ventana. ¡Además le avergonzaba tanto a Pía saber quién fuera! Se sintió invadida y temerosa, aunque con algo de calma resolvió esperar.

Tomó el culito de un vaso de coca que antes había resuelto tirar a una planta de las que no respiran y luego de abrir cuatro puertas (tres blancas y una última amarilla que llevaba al patio), le acarició la cabeza a Buby y le dejó su mejor almuerzo en un elegante tarro celeste con huesitos verde tilo. Volteó en el regreso para mirar con asco y de un solo saque: el arsénico ventanal de los Gutiérrez, su techo gris plomo, su puerta y su frente, marrones.

Subió luego una escalera cremita que la depositó en su cuarto. Una vez allí abrió el cajón de su mesa de luz violeta y le amputó una pirámide a un gigantesco Toblerone azul, la que mientras siguió contemplando desde su balcón y ya sin miedo la casa de los Gutierrez, saboreó intranquila.

(Una paloma de un blanco marfil hacía una caca amarilla milanés desde una antena, sobre el desteñido techo gris de los Gutierrez).

En alguna ocasión, cuando los Iberlucea compartieron un té con los Macmananan (padres de María Pía), Teresa, una descontracturada arquitecta con muchos rulos y anteojos de Woody Allen, comentó al oído a su marido - "María Pía es una chica muy buena, sólo que no sabe lo que dice", algo que su esposo no pudo asentir ni refutar, ya que como solía pasar, en su mente repiqueteaban otros asuntos: como las piernas de María Pía y su mamá, como el valor de sus cosas y las del resto, como algún detalle de su imagen y la de los demás. Insistió entonces Teresa, codeando a Hugo Iberlucea, y nuevamente se sintió evadida.

De fondo se seguía oyendo a María Pía en una efusiva cháchara con su novio, Tomy Magenta, mientras miraban en directo por tevé una manifestación de estudiantiles encapuchados. Blasfemaban contra el asunto, con férrea unanimidad y debilitadísima comprensión.

Buby, el perrito de Pía, era uno muy negro, como los libros que heredaron sus padres.

JB