En la despensa no hacía un minuto que esperaban su turno para ser atendidos, cuando un movimiento extraño que nadie comprendió en aquel lugar, desató la furia entre ambos: Paulina levantó gradualmente el tono de su voz increpando a su conejito de indias, hasta provocar el colapso eléctrico de la propietaria, que cruzó punzante su desatino y le advirtió – Jovencita, en mi almacén no se grita. El muchacho se disculpó por ambos, pagó sus cosas y salió a la calle, donde lo esperaba ansiosa para continuar su descargo. Fue una discusión breve y menguó la tensión para su suerte en unos pocos minutos.
Cuando entraban en un laberinto como aquel, embadurnado de ira, no sabían cuándo ni cómo saldrían, así que a veces, con mayor ilusión en salir airosos que triunfantes, (en un duelo que ya habían aprendido que no sería el último mientras se vieran las caras) y en simultáneo, cada uno de ellos concentraba su atención en cómo abandonar el lugar, restando importancia así a una posible victoria o derrota, cualquiera de ellas con una abundante salsa de remordimiento y cansancio. Incomparable cansancio.
Luego él recolocó el chip en su tobillo, ella activó el radar y se despidieron.
A la hora de la cena con su infalible puntualidad él regresó a casa. Allí lo esperaba dispuesta a compartir como siempre la ceremonia nocturna de una vida dedicada al combate. Había un pastel de papas en la mesa y un jugo de naranja que Paulina había construido con capacidad de madre. El y su amor se sentaron a comer con su novia.
Su amor era firme y omnipresente (según comentaba a sus conocidos), pero era en la noche y sobre todo al acostarse cuando el conejo más lo sentía. Paulina en cambio vivía cada instante con la misma intensidad, y aprovechaba cada cena para observar al conejo y relamerse por su eficacia.
El le contó haciéndose el convencido cómo encararía algún nuevo proyecto y Paulina le prometió acompañarlo en lo que sea. Luego ella muy parleta volcó algunas polémicas en la charla, las que muy sutil supo tratar como liviandades. Arribó entonces a la sobremesa el Leitmotiv de su mancomunada sobrevida : la fidelidad. Allí se abarcaron uniones maritales, comparaciones varías (amigos de ambos, padres, famosos), y concepciones sobre el tema con absoluta conformidad verbal. Luego el conejo exhausto la besó en la frente, y mirándola a los ojos manifestó quererla más que nunca, y se fue a la cama. Ella lavó los platos mientras pensó en su padre, luego en su madre, en sus uñas y lo siguió.
Paulina se acostó al lado del conejo y empezó a susurrarle algún mimo. El sintió que debía agradecer la adoración que recibía así que olvidó el fútbol del televisor y la besó con furia, actuando esta vez de libidinoso. Sintonizaron la misma idea y la llevaron a cabo. Ella como siempre comandó el principio de la aventura carnal: Se paró sobre la panza del conejo y le obsequió un pis cargado de pasión, a desparramarse por su abdomen. Este, cada vez más complacido, se puso el disfraz del macho que en verdad era, la acostó de un tirón y le regaló su mejor caca, depositándola en toda su frente. Se separaron un instante para comer los restos de sus desechos que habían alcanzado la sábana. Luego se vomitaron, y alcanzaron al hacerlo, un clímax muy particular.
Cada noche al hacerlo comprendían que ya no les quedaba nada por compartir, y así, muy lentamente, entretejiendo con enfermo escrúpulo un plan a prueba de cualquier destino, Paulina (que no era una mala persona), una madrugada de mayo de 1994 después del coito, convenció al conejo que había llegado el momento de tener un hijo.
JB
* Dibujo: Detalle 3 " perder para ganar ". Marcelo Rizzo.
admirable , me cagué de risa de angustia pero, dejé ir la cagada por el inhodoro como acostumbro. sin embargo no descarto defecar sobre un cuadro, algo que de hecho hacemos siempre sin darnos cuenta. Ya te dije tenes el fuego sagrado del poeta. bravissimo Juamba!
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